The Wildhearts (y, por descontado, su alma Ginger) pertenecen a ese tipo de grupos imperturbables que van siempre por libre, experimentan con lo que les apetece y, con el paso de los años, logran el reconocimiento cuando las tumbas de sus integrantes se convierten en centros de peregrinaje. Al igual que otras bandas superdotadas, Wildhearts vuelven a demostrar en su homónimo nuevo disco que las modas se les quedan pequeñas y que se puede meter en el mismo saco una genialidad de nueve minutos como “Rooting For The Bad Guy” junto a “The Flesh” y “The Revolution Will Be Televised”, recordatorios de los tiempos poppies de “I Wanna Go Where The People Go” que tantas alegrías les trajeron.
Exportadores como nadie de las mejores savias británicas, artífices en su momento del resurgir del punk-pop inglés junto a gente como Terrorvision o Manic Street Preachers, salvajes e infalibles como ellos sólo pueden serlo cuando se dejan llevar (¿aún no te ha pulverizado “Destroy All Monsters”??). Cuatro años después del impresionante “The Wildhearts Must Be Destroyed”, se disipan las dudas: los Wildhearts, pese a los altibajos y las separaciones, más honestos, más reales y más vivos que nunca.
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