martes, 24 de abril de 2007
The daughters of Juarez
Jennifer López y Antonio Banderas, actores pésimos donde los haya y oportunistas convencidos, han vuelto a poner de actualidad el tema de los asesinatos de Ciudad Juárez con una película bochornosa, "Ciudad del silencio", que ni aclara nada de lo que está ocurriendo en esta ciudad fronteriza ni se moja poniendo nombres y apellidos a muchos de los culpables - o, al menos, altamente sospechosos - de uno de los mayores homicidios de la historia de Latinoamérica. Y no es que una esperara milagros de este par de estrellitas de poca monta, que de donde no hay, poco se puede sacar, pero el nivel de indecencia que muestra Hollywood hacia asuntos tan terribles y dolorosos como este, ya rebasa cualquier límite inimaginable. Utilizar los cadáveres aún calientes de casi 500 mujeres para engordar sus cuentas bancarias bajo el pretexto de "oh, somos un par de actores latinos que se solidarizan con sus hermanos pobres, con esas campesinas que viven con tres dólares al día" es caer muy bajo. Y eso que después de ver al "Toñito" Banderas año tras año de costalero penitente en la Semana Santa malagueña, pensaba que poco más se podía deteriorar su imagen pública pero no... a afán de superación no le gana nadie.
Lo único que le pueden (que no deben) agradecer las madres de Juárez, huérfanas de hijas, a este insufrible film es la publicidad que le haya podido brindar a su causa, que no es otra que conseguir JUSTICIA, un término que embellece continuamente los párrafos de los periódicos e inunda las bocas de los políticos pero que, a la hora de la verdad, brilla por su ausencia en la mayor parte de los países. Si nos metemos en Sudamérica, hablamos de palabras mayores: el paraíso de la corrupción en todos los ámbitos. Y en este sentido, México deja atrás a cualquier otra nación en cuanto a instituciones corrompidas y políticos podridos se refiere. La situación en Ciudad Juárez, donde desde primeros de los años 90 más de 500 mujeres han perdido la vida y otros cuantos centenares permanecen desaparecidas, sin que se haya conseguido detener a los asesinos, es sólo una muestra de los niveles de negligencia e incompetencia a los que llegan los bajos y altos cargos mexicanos.
El libro "The daughters of Juarez" ha sido todo un éxito de ventas en USA, quizás porque se trata un tema candente que afecta muy de cerca a los estadounidenses, no sólo porque los hechos están ocurriendo en la misma frontera con México, sino porque además, en cierto modo, ellos son en parte "culpables" de la situación de peligro a la que se exponen estas mujeres al regresar de sus trabajos en las maquiladoras (inmensas fábricas ubicadas en los suburbios de Ciudad Juárez, la mayor parte propiedad de grandes empresas de Estados Unidos como General Motors). Su autora, la periodista Teresa Rodríguez, que ha estado durante años investigando en México y realizando cientos de entrevistas a familiares, políticos, policías y cualquier persona involucrada de un modo u otro en esta pesadilla, verá como su libro llega a las librerías españolas el próximo mes de Junio bajo el título "Las hijas de Juarez". Ojalá consiga el mismo impacto que ha obtenido en otros países. Porque cualquier presión social resulta pequeña ante tanta desfachatez por parte de los cuerpos de seguridad mexicanos. ¿Hasta cuándo van a seguir apareciendo mujeres estranguladas, violadas, quemadas, cuyo único delito es haber nacido pobre en el país equivocado?
"The daughters of Juarez" es un libro duro. Muy duro. Varias veces he tenido que detener la lectura, despejarme, intentar asimilar que esas líneas situadas frente a mis ojos hablaban de una realidad actual, no de un museo de los horrores sacado de una película de terror. Y es que muchas veces se dice que la realidad supera a la ficción, y cualquier fan macabro de Hannibal Lecter se horrorizaría cuando leyera declaraciones donde se afirma que "muchos narcotraficantes usan los pezones de las asesinadas como "trofeos de guerra" y los exhiben orgullosos, colgados del cuello, entre su círculo de esbirros". Y esta es sólo una de las teorías que circulan acerca de los asesinatos brutales de Juarez, porque mientras no se inicie una investigación en condiciones, garantizándose escenas del crimen intactas donde los propios policías no sustraigan pruebas ni se manipulen informes, las líneas a seguir son varias y todas tienen bases para avalarlas: asesinos en serie (compinchados entre sí, imposible un sólo individuo), tráfico de órganos (sólo en algunos casos), ritos satánicos, camellos que, hasta arriba de cocaína, descargan su adrenalina secuestrando a trabajadoras adolescentes... y la hipótesis que casi todo el mundo coincide al considerarla como la más probable: la grabación de violaciones y vejaciones brutales, cuya escena estrella es la muerte de la desafortunada víctima, para "snuff movies" financiadas por millonarios depravados mexicanos y estadounidenses.
Mi hermana estuvo viviendo cuatro años en México. Recuerdo que la primera vez que volvió a España por vacaciones, me contaba que allí no había que tener miedo de los delincuentes, sino de la propia policía. El motivo es simple: para ser policía en México, únicamente se exige el graduado escolar. Nada más. Cualquiera puede colocarse una chapa en la pechera, empuñar un revolver e impartir ley a su antojo. Asi que las mafias mexicanas campan a sus anchas por las comisarías de Chihuahua, controlan desde dentro las idas y venidas del tráfico de cocaína que viene de Sudamérica - un 75% entra en USA a través de Ciudad Juarez - y hacen y deshacen sin que nadie pueda replicarles. Todo esto, bajo el beneplácito de los políticos, muchos de ellos implicados hasta las cejas en asuntos muy turbios. Y los asesinatos de Juarez lo son, y mucho.
Para curarse en salud, las autoridades mexicanas han encontrado unos cuantos cabezas de turco. Pero de poco sirvió la detención de Sharif Sharif, el egipcio al que el gobierno señaló como principal sospechoso, y que murió en la cárcel tras juicios injustos, falta de pruebas ni evidencias que le ligaran con los crímenes (pese a su aberrante pasado y conducta misógina, una cosa no excluye a la otra). Tampoco se logró demostrar la culpabilidad de los conductores de autobuses a los que se detuvo posteriormente (el abogado de uno de ellos, "misteriosamente", murió acribillado a balazos por agentes policiales justo cuando iba a destapar una trama de corrupción policial en contra de su cliente). El propio gobierno difícilmente podía justificar que, encarcelados los sospechosos, continuara la oleada de asesinatos; en lugar de eso, acusó a las víctimas de llevar una doble vida como prostitutas en el barrio rojo de Ciudad Juarez, el Downtown, y andar con gente de "mal vivir"... pese a que muchas de las víctimas eran niñas de diez y once años. Esa fue la respuesta del partido en el poder: las mujeres se buscaban su propio destino. Una de las frases literales explica el desprecio de las autoridades por esas indígenas asesinadas: "ellas se lo han buscado, es difícil salir a la calle cuando llueve y no volver mojado".
Las 500 mujeres asesinadas en Juárez no eran prostitutas ni trabajaban en barras americanas ni se movían con proxenetas sin escrúpulos. Sus explotadores eran otros y vestían con traje de Armani. Son los empresarios multimillonarios norteamericanos, los dueños de las 700 fábricas (maquiladoras) que emplean en la frontera mexicana a 200.000 trabajadoras que deben atravesar a cualquier hora del día o la noche solitarias zonas de desierto donde su secuestro es pan comido. Adolescentes que en muchos casos falsifican su partida de nacimiento para poder conseguir trabajo se enfrentan no sólo a una vida mísera en casuchas sin electricidad ni agua corriente, condiciones laborales extremas y sueldos tercermundista. También viven bajo el yugo de una de las culturas más machistas del mundo, la mexicana (y no es un tópico, el papel de la mujer mexicana en muchas zonas rurales poco tiene que envidiar al de los países islámicos), donde ni siquiera la ley recoge penas para la violencia doméstica. Esas mujeres constituyen la gallina de los huevos de oro para los empresarios yankees: son sumisas, trabajadoras, eficaces, no se quejan y aceptan cualquier salario, por miserable que sea. Porque de esos tres dólares diarios depende comer o no.
Pero las grandes empresas se lavan las manos ante la tragedia. Ni incrementan sus medidas de seguridad ni presionan a la policía para que resuelva los crímenes ni explican por qué, sospechosamente, las fotografías de las fichas laborales de mujeres asesinadas desaparecieron poco antes de sus secuestros. ¿Acaso estas jóvenes estaban ya "marcadas y elegidas" antes de su rapto? ¿De algún modo u otro los empresarios han tenido que ver con el feminicidio de sus propias empleadas? Lo cierto es que en otros países del mundo, léase cualquier europeo, las primeras investigaciones hubieran ido dirigidas al denominador común de las víctimas: las fábricas. Pero ya se sabe, estas mismas fábricas son las que atraen a miles de personas, indígenas de las zonas rurales, en busca de trabajo y eso suponen unos ingresos que la ciudad no quiere dejar escapar, aunque supoonga dejar unos centenares de cadáveres en el camino.
Quizás uno de los testimonios más estremecedores sea el de María Jesús de Tanamantes. Y tal vez, si la policía hubiera investigado las declaraciones de esta mujer, se hubiera llegado al núcleo de estos asesinatos en serie. María Jesús fue violada en una comisaría de Ciudad Juárez por un grupo de policías que no sólo admitieron estar implicados en las muertes de decenas de mujeres sino que, además, orgullosos, mostraron a la aterrada mujer un álbum con fotografías de sus hazañas. Mujeres apaleadas, violadas, asesinadas frente a la cámara. ¿Por qué aquellos policías salieron indemnes de las acusaciones? ¿Tan enorme es el poder de las manos que mueven los hilos que ni la presión de la ONU ni de Amnistía Internacional, ni manifestaciones multitudinarias y cartas de apoyo de todo el mundo han conseguido frenar los asesinatos? ¿Por qué el gobierno mexicano pone tantas trabas al FBI para ayudar a esclarecer los hechos, por qué no se ha usado el equipo adecuado (los agentes ni siquiera contaban con guantes de latex para recoger pruebas)? ¿Por qué los análisis forenses han dado identidades erróneas a las víctimas, con padres enterrando cadáveres que no pertenecían a sus hijas? ¿Quienes se están aprovechando de la muerte de todas estas mujeres sin que nadie sea capaz de detenerles?
México lindo. Cualquiera que haya vivido la calidez de sus gentes, la alegría de sus fiestas, reencarnada en la sonrisa de unos niños que, pese a trabajar desde los tres o cuatro años, conservan la inocencia de la infancia, sabrá de qué hablo. Un país donde al español no se le perdona las masacres cometidas por nuestros antepasados en la conquista de América pero al que, sin embargo, se le recibe con una hospitalidad sincera porque la cultura española también dejó bellísimos restos e influencias. Porque México es un país con identidad propia pero donde te sientes como en casa, y pese a la distancia, recuerdo aquellos paseos por las milenarias pirámides de Teotihuacan, o la tormenta tropical en plena selva, o aquel mercadillo en un pueblecito perdido en la montaña donde comí unos tacos recien hechos en plena calle, y es como si fuera ayer. Y en cualquier escena que recuerde, siempre aparecen de un modo u otro esas adolescentes mexicanas, tímidas, con sus melenas negro azabache rozándoles la cintura y sus faldas plisadas a la altura de la rodilla. Y sé que 500 de ellas una tarde o una noche no volvieron a casa y sus cuerpos se recuperaron, semidevorados por los chacales y las ratas del desierto. Para sus padres no hay consuelo, ni para los que buscan día tras día a sus hijas desaparecidas, tantas que se habla de un número cercano a las 5.000. Has leído bien. Mientras tanto, el gobierno mexicano mira hacia otro lado y elude responsabilidades. Si tú no quieres hacer lo mismo, hazte con este libro y echa un vistazo a Mujeres de Juarez.org
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